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domingo, 9 de junio de 2013

Burocracia y depuraciones



El análisis de la construcción del socialismo en la URSS se debe emprender de dos maneras diferentes:

— en negativo, desde el punto de las divergencias internas y las discusiones entabladas en el interior del Partido bolchevique acerca de la línea a seguir en la construcción del socialismo

— en positivo, examinando los planes trazados, las medidas adoptadas y las realizaciones económicas y sociales conseguidas.

No existía ninguna experiencia previa que permitiera a los bolcheviques disponer de una referencia de la que poder partir con cierta seguridad. Hasta 1917 el socialismo era sólo una teoría, una utopía; se criticaba el capitalismo y se sabía lo que no se quería reproducir, pero no existían formulaciones positivas sobre el socialismo, salvo algunas ideaciones utópicas carentes de valor práctico. Desde octubre de 1917 ya no valía hablar acerca del socialismo; había que construirlo en la práctica y demostrar -además- que era una sistema social superior al capitalismo.

Pero la práctica estimula la teoría, y las dificultades de la práctica desataron un sinfín de debates ideológicos acerca del socialismo, multitud de líneas divergentes e incluso opuestas. Cuando se profundiza en aquellas discusiones con la perspectiva de las décadas transcurridas, parece claro que muchas de esas líneas no sólo versaban sobre la construcción de una sociedad socialista sino que negaban la posibilidad misma de construirla, que se trataba, en suma, de posiciones liquidacionistas.

En efecto, las dificultades no provenían sólo de la falta de experiencias anteriores sino además:
— era algo común consisderar que tras Rusia, la revolución proletaria estallaría en los países más avanzados de Europa, situación que no se produjo, lo que aisló de la URSS; el imperialismo cercó al país, conspiró para derribarlo y desató mortíferas guerras de agresión y sabotajes

— en 1917 Rusia era un país muy atrasado en comparación con sus enemigos imperialistas y esa situación planteaba no sólo problemas de tipo económico, sino que ligaba la construcción económica a la defensa militar y, en definitiva, al reforzamiento de un Estado del que, en principio, se preconiza su desaparición

— otra situación contradictoria se planteó entre un régimen de dictadura del proletariado en el que el proletariado era una minoría (tres millones) de la población obligada, por tanto, a mantener una alianza con el campesinado (cien millones), un sector social de carácter pequeño burgués, políticamente vacilante y económicamente propenso al capitalismo.

La política económica de todo país que emprende el camino del socialismo está determinada por el estado de la economía en el período de transición y la correlación de las fuerzas de clase, tanto en el interior de su propio país como en el ámbito internacional que le rodea. En la URSS los bolcheviques no pudieron adoptar inicialmente la política económica que hubieran deseado, sino la que las circunstancias les impusieron.
Al menos durante diez años, entre 1917 y 1928, fueron circunstancias ajenas las que dictaron la política económica soviética, que atravesó las dos fases conocidas como comunismo de guerra (1917-1921) y nueva política económica (1921-1928). En ambas etapas se adoptaron medidas tan radicalmente opuestas, que parece increíble que el Partido bolchevique pudiera cambiar de criterio de la forma brusca en que lo hizo, giro que, si de un lado, pone de manifiesto el cúmulo de graves dificultades al que hubieron de enfrentarse, del otro, demuestra también la extraordinaria capacidad de adaptación de los bolcheviques a las circunstancias imperantes, su realismo y su ausencia de dogmatismo. Porque se trató justamente de eso, de la presión del medio heredado, no de líneas de actuación entre las cuales hubieran tenido la posibilidad de elegir. Hasta que el Partido bolchevique tuvo la oportunidad de tomar la iniciativa en materia económica, lo que se produjo hacia 1928, pasaron más de diez años en los cuales la tarea primordial fue la reconstrucción de un país devastado, alcanzar los niveles económicos previos a la guerra.

En la perspectiva actual es fácil comprobar que esas dos etapas -como no podía ser de otra forma- abrieron otras tantas fisuras en el seno del Partido bolchevique:

— un primer grupo de militantes izquierdistas, el más conocido de los cuales fue Trotski, identificó el socialismo con la etapa de comunismo de guerra

— un segundo grupo de militantes derechistas, encabezado por Bujarin, identificó el socialismo con la nueva política económica.

La polémica con ambas líneas se suscitó en tres fases sucesivas. La primera fue con los izquierdistas y se desató hacia el otoño de 1920. La segunda también fue con los izquierdistas y se inició a finales de 1923. Finalmente, la tercera comenzó en 1928 y estuvo dirigida contra los derechistas.

Las fechas de las dos primeras polémicas no son casuales, ya que es precisamente el momento en el que se estaba experimentando el tránsito del comunismo de guerra a la nueva política económica. El primer estallido concentró el debate en torno a la cuestión sindical y el segundo en torno al campesinado o, mejor dicho, en torno a la alianza de los obreros y los campesinos. En sustancia, se trató de un debate en dos fases sobre el mismo problema, el de las reservas políticas y económicas de la revolución; dado el escaso desarrollo de la fuerzas productivas, para construir el socialismo el proletariado tenía que contar con aliados, con otras clases que, en última instancia, no estaban interesadas en el socialismo. Ese fue el difícil equilibrio, el que llevó a pensar a algunos bolcheviques que la tarea era imposible y a asumir posturas liquidacionistas. La mayoría del Partido consideró que sí era posible construir el socialismo, incluso en un país tan atrasdo como Rusia, porque sí existían esas reservas, que radicaban en el campesinado. En consecuencia, la dictadura del proletariado debía adoptar la forma de una alianza entre los obreros y los campesinos.

El debate fue, pues, acerca de esa alianza entre dos clases y, mientras los izquierdistas consideraron, al estilo menchevique, que los campesinos eran una masa amorfa, burguesa y reaccionaria, los derechistas ponían a los campesinos al mismo nivel que la clase obrera, negando el papel dirigente del proletariado urbano. Aparentemente ambas posiciones eran extremas, pero tenían en común algo decisivo: concebían el socialismo no como un sistema de producción sino como un sistema de distribución. Tanto unos como otros proponían que fuera la burguesía quien mantuviera la riendas de las fábricas, las minas y las granjas, mientras que el papel del Estado socialista debía consistir en expropiarles, de una forma u otra, por las buenas o por las malas, con requisas, con impuestos o con precios. Según ellos, el Estado socialista debía coexistir con la economía capitalista y regularla en beneficio propio. Los bolcheviques debían encargarse de la política exclusivamente y dejar los asuntos económicos en manos privadas.

Pero no era éste el criterio de la mayoría del Partido bolchevique que, tanto en la época de Lenin como en la de Stalin, siempre entendieron que tanto el comunismo de guerra como la nueva política económica eran fases transitorias impuestas por las circunstancias, que podían prolongarse más o menos tiempo, pero nunca indefinidamente. Entendían, además, que el socialismo no era sólo un sistema de distribución sino de producción, basado en la propiedad nacionalizada y en la planificación, lo que supone la dirección efectiva del proletariado de los centros de producción, la organización y gestión de las empresas, las haciendas, etc. Una cosa es quitar las fábricas a los burgueses y otra distinta ser capaz de hacerlas funcionar. Por supuesto, el socialismo quitaba la fábricas a los burgueses; aún estaba por comprobar si era capaz de ponerlas en funcionamiento, si era capaz de producir sin explotar. El comunismo de guerra expropió y la nueva política económica comenzó a producir, pero bajo formas capitalistas. Realmente el socialismo no se puso en marcha hasta 1928.

El comunismo de guerra se impone a partir de la primavera de 1918 debido a la intervención, la guerra civil y la ruina económica, supeditando toda la retaguardia a las necesidades del frente. Era una política económica puramente expropiatoria. Se nacionalizó toda la industria, comprendida la media y pequeña, se prohibió el comercio privado y se implantó el sistema de contingentación de víveres, lo que significó la entrega obligatoria de los excedentes de productos agrícolas por parte de los campesinos para abastecer al ejército y a los obreros. Debido a las difíciles condiciones de la guerra civil y de la intervención armada extranjera, el Gobierno soviético instauró las cartillas de racionamiento y el trabajo obligatorio general para todas las clases.

Pero el decreto más importante fue el de la tierra. Se expropiaron la tierras de los latifundistas, se nacionalizaron y se entregaron a los campesinos para que las cultivasen por sí mismos, sin recurrir a mano de obra ajena.

Fue una medida forzosa y temporal. Su objetivo principal consistió en asegurar la victoria del Estado soviético en las penosas condiciones de la guerra civil y la intervención armada extranjera.

El comunismo de guerra, indudablemente, fue un paso gigantesco hacia el socialismo, incluso demasiado gigantesco y rápido. La burguesía recibió un golpe (militar, político y económico) brutal. Pero la dura lucha dejó importantes secuelas. Primero un país devastado, con las fábricas destruidas y los transportes impracticables. Segundo, una militarización del Partido bolchevique, de los sindicatos y de todas las organizaciones de masas, lo que significó un peso aplastante del Estado y de su burocracia.

La polémica sobre la burocracia en la Unión Soviética tuvo también dos fases. La primera comenzó en 1920 y se centró en la discusión sobre el papel de los sindicatos. La segunda comenzó en 1923 y versó sobre la propia burocratización del Partido bolchevique. Sin embargo, ambas discusiones, en definitiva, versaron sobre la propia manera de construir el socialismo, aunque lo que apareciera en el debate fueran únicamente sus manifestaciones externas.

Los trotskistas han hecho siempre de este debate el núcleo de sus ataques al socialismo, pero su postura no puede ser más hipócrita. En noviembe de 1920 Trotski suscitó el debate sobre los sindicatos en el momento más inoportuno defendiendo su militarización (su burocratización), la imposición en su seno de un régimen despótico, al estilo del que había puesto en marcha dentro del Ejército Rojo y que había desatado tanto malestar. Tres años después provocó también el debate sobre la burocracia en un sentido completamente opuesto: lamentando que el Partido bolchevique estuviera burocratizado. El Partido estaba burocratizado, según él, porque sus tesis no tenían acogida; lo que pretendía no era acabar con la burocracia sino acabar con la dirección e imponer su propia línea. Esa fue la esencia del debate para él.

Comenzaremos con la polémica sobre los sindicatos.

El 3 de noviembre de 1920 Trotski pronunció un discurso en la V Conferencia sindical llamando a seguir con la disciplina militar dentro de los sindicatos. Los bolcheviques tenían intención de discutir la cuestión dentro del Comité Central, pero el asunto se agravó hasta tal punto que desbordó el marco de la dirección comunista porque, a finales de diciembre de 1920, Trotski insistió en sus tesis ante los sindicatos y en el VIII Congreso de los soviets. Además tuvo el atrevimiento de publicar un folleto al respecto, promoviendo otra de sus facciones.

Lenin no quería tratar esta cuestión porque pensaba que las tareas prácticas planteadas por la nueva política económica eran primordiales. Cuando todos estaban tratando de poner en práctica la nueva orientación, Trotski promovió una discusión sobre una cuestión que el IX Congreso del Partido ya había dejado resuelto. Pero Trotski se empeñaba en retroceder planteando el problema como una cuestión de principios cuando se trataba de pasar de los principios a la práctica. Ya se había discutido bastante; ya se habían aprobado todos los decretos necesarios. Lo que verdaderamente hacía falta era llevarlos a la práctica.

Pero la confusión creada no dejó otro remedio que volver a hablar de principios. La discusión se prolongó durante más de dos meses. Lenin tuvo que pasar al ataque, centrando sus críticas en la facción trotskista y en sus propuestas sindicales como ejemplo de lo que jamás podía promover el Partido bolchevique.

El VIII Congreso del Partido había reconocido que el Ejército era una masa heterogénea de personas que se componía fundamentalmente de campesinos y que éstos no lucharían por el socialismo, por lo que se imponía la disciplina en su seno. Pero los sindicatos los forman los obreros, la médula misma del socialismo. En ellos había que desplegar campañas de explicación y de agitación, nunca la imposición. Cuando la guerra civil había terminado, confundir al ejército con los sindicatos era una error gravísimo.

Para salir del caos de la guerra civil y de la situación extrema de comunismo de guerra era imprescindible pasar del frente de la guerra al frente del trabajo, como decía Lenin. Esto, a su vez, exigía el concurso de la clase obrera. Había que desplegar una poderosa campaña de movilización y reconstruir los sindicatos de trabajadores, que se encontraban en una situación lamentable como consecuencia de la etapa anterior. Era imprescindible impulsar una campaña de persuasión entre los trabajadores a fin de que prestaran todo su apoyo para cumplir los objetivos de la nueva etapa. Hasta entonces los sindicatos habían estado prácticamente militarizados por imposición de la guerra civil, pero en la nueva etapa no podía continuar esa misma política, que había sido puramente temporal y transitoria.

Pero Trotski se mostró partidario de los métodos despóticos de dirección en los sindicatos, de la mano dura, de sacudir desde arriba y de apretar los tornillos a los obreros, como él mismo decía. Y pasaron de las palabras a los hechos. Aquel año los trotskistas se habían apoderado de la dirección del Tsektran, el Comité Central del Sindicato Ferroviario y de los trabajadores del Transporte Fluvial y Martítimo. En su sindicato los trotskistas habían comenzado a hacer de las suyas, aplicando métodos coercitivos contra los obreros, provocando una oleada de protestas y una polémica en la que los trotskistas pretendían hacer pasar sus propios métodos como los métodos bolcheviques adecuados para relacionarse con las masas.

Al desatar el debate sobre la cuestión sindical, máxime en la forma y en el momento en que lo hizo, Trotski puso en grave peligro al Partido. La discusión dio paso a que, además de la fracción trotskista, se alzaran también otras plataformas: oposición obrera, centralismo democrático, el grupo de tope, ignatovistas, etc. Se puso en peligro su unidad y su capacidad de dirección política e ideológica. Entre las distintas facciones destacaba el llamado grupo de tope que encabezaba Bujarin. Su postura era aparentemente conciliadora, tratando de presentarse como intermediario entre Lenin y Trotski. En realidad se produjo una grave fractura interna y así, mientras la organización de Petrogrado llamó a defender las tesis sindicales leninistas, la organización de Moscú, influida por Bujarin, replicó con otro llamamiento a favor de las tesis trotskistas.

Lenin decía que, lejos de apaciguar el conflicto, Bujarin estaba echando más leña al fuego y que en realidad colaboraba con Trotski en su labor faccional. Calificó las tesis de Bujarin como el colmo de la descomposición ideológica. Muy poco después Bujarin se quitó la careta, abandonó al grupo de tope y se pasó enteramente a las posiciones de Trotski.

La importancia de este debate radica en que deja al descubierto, por un lado, la falacia de Trotski como crítico de la burocracia soviética, pues él fue quien promovió de la idea de apretar los tornillos a los obreros y de imponer una burocracia sindical que los sometiese por la fuerza. Además, las tesis trotskistas de apretar los tornillos significaban la continuación pura y simple del comunismo de guerra que los bolcheviques estaban tratando de superar. Finalmente, Lenin advertía que el sólo hecho de plantear la NEP modificaba la actitud del proletariado ante el campesinado y la discusión sobre los sindicatos demostró, una vez más, que las concepciones de Trotski sobre el campesinado seguían siendo ajenas a las de los bolcheviques. En esta discusión se decidía, en el fondo, la cuestión sobre la actitud del campesinado, que se alzaba contra el comunismo de guerra, sobre la actitud ante la masa de obreros sin partido; en general, sobre el modo en que el Partido debía abordar a las masas en el periodo en el que la guerra civil estaba terminando.

Fue entonces cuando las divergencias entre Trotski y los bolcheviques aparecieron en todo su abismal significado: mientras Trotski era partidario de imponer una disciplina militar sobre los sindicatos, Lenin era partidario de que se organizaran de manera democrática; Trotski, que preconizaba la libertad de crítica dentro del Partido, no la admitía para el trabajo entre las masas sin partido.

Frente a las tesis trotskistas, Lenin pasó al contrataque el 30 de diciembre de 1920 con un discurso ante los soviets y los sindicatos que se tituló Sobre los sindicatos, el momento actual y los errores del camarada Trotski (1). En su discurso Lenin reconocía que los sindicatos eran una organización obrera imprescindible aún bajo la dictadura del proletariado y que además aglutina a casi toda la clase. Por tanto es una organización de la clase dirigente pero no es una organización del Estado y, en consecuencia, no tiene naturaleza coercitiva: Es una organización educadora, una organización que atrae e instruye; es una escuela, escuela de gobierno, escuela de administración, escuela de comunismo. Los sindicatos están situados entre el Partido y el Estado; sin ellos no puede haber dictadura del proletariado porque ellos crean el vínculo de la vanguardia con las masas y son una fuente de poder estatal.

La dictadura del proletariado -añade Lenin- no se puede realizar a través de los sindicatos aunque éstos abarquen casi a la totalidad de la clase dominante, debido a las lacras en las que el capitalismo deja a los obreros: La dictadura sólo puede ejercerla la vanguardia, que concentra en sus filas la energía revolucionaria de la clase. Lenin equipara la dictadura del proletariado a un sistema de ruedas dentadas: para su funcionamiento son imprescindible varias correas de transmisión que van de la vanguardia a las masas de la clase avanzada y de ésta a otras masas trabajadoras, como los campesinos. Lenin concebía los sindicatos como organizaciones sociales sin partido, sin las cuales es imposible incorporar a las amplias masas populares a la dirección del Estado y la edificación del socialismo. Los errores de Trotski, en consecuencia, eran errores que afectaban a los propios mecanismos de funcionamiento de la dictadura del proletariado.

La reunión del Comité Central de comienzos de diciembre de 1920 en la que se debatió sobre los sindicatos resultó un embrollo y eso es peligroso, decía Lenin: se produjo una división y el grupo de tope que encabezaba Bujarin es el que más daño ha causado. El Partido estaba enfermo y los imperialistas tratarán de aprovechar la situación para una nueva invasión. Había crecido numéricamente y no por eso era más fuerte; la discusión daba muestras evidentes de una extraordinaria fragilidad, de falta de cohesión. Pudo observarse ya entonces lo que con el transcurso del tiempo y las dificultades de la construcción del socialismo, aparecería con toda su crudeza: que la llegada en aluvión de gran número de militantes procedentes de otras organizaciones había sembrado la confusión; no eran bolcheviques templados y experimentados, sino personas que transmitían al Partido todas sus viejas concepciones. En la cuestión de los sindicatos pudo apreciarse con claridad que esas posiciones -todas ellas extrañas al comunismo- iban desde el anorcosindicalismo hasta el militarismo, desde negar la dirección comunista dentro de los sindicatos, hasta tratar de imponerla a toda costa.

En marzo de 1921 el X Congreso del Partido analizó esta situación y condenó las tesis trotskistas, afirmando categóricamente que no se podían imponer métodos militaristas en los sindicatos.

Inmediatamente después, los trotskistas fueron expulsados del Tsektran, eligieron una nueva dirección y modificaron en profundidad los métodos de trabajo y de dirección, eliminando las imposiciones.

En el debate sobre la cuestión sindical contra ambos extremos, una vez más Stalin adoptó una postura de principios alineada con las tesis leninistas. Apareció en Pravda el 19 de enero de 1921 su artículo Nuestras divergencias, en el que, tratando de suavizar la discusión y calmar los ánimos, sostiene que la discusión no versaba sobre una cuestión de principios, sino de método, lo que no era cierto.

La posición de Stalin sobre la organización de los sindicatos era la siguiente: El democratismo consciente, el método de democracia proletaria en el interior de los sindicatos es el único método que conviene a los sindicatos industriales. Pero el democratismo impuesto no tiene nada en común con ese democratismo. Y respecto a la posición de Trotski añade lo siguiente: Cuando uno lee el folleto de Trotski ‘El papel y las tareas de los sindicatos’ se podría creer que en el fondo Trotski también está por el método democrático. Es porque ciertos camaradas estiman que nuestras divergencias no versan sobre la cuestión de los métodos de trabajo de los sindicatos. Pero esta opinión es absolutamente falsa. Porque el democratismo de Trotski es un democratismo impostado, bastardo, sin principios y, como tal, no es más que un complemento del método burocrático-militar, que no conviene a los sindicatos. Según Stalin, la democracia en los sindicatos presupone la conciencia de que es necesario elevar la iniciativa, la conciencia y la actividad de las amplias masas, es preciso convencerlas con hechos concretos de que la ruina económica representa un peligro tan real y tan mortal como ayer lo era el peligro militar, es necesario incorporar a los millones de obreros al resurgimiento de la producción a través de sindicatos democráticamente estructurados. Sólo de esa manera es posible convertir en causa vital para toda la clase obrera la lucha de los organismos económicos contra la ruina de la economía. De no hacerlo así es imposible vencer en el frente económico. En los sindicatos debía haber debates y discusiones en los que debían intervenir todos los obreros.

Cuando en marzo de 1921 se zanjó la discusión, casi simultáneamente estalló la sublevación Cronstadt, que revelaba los verdaderos problemas a los que se estaba enfrentando la revolución. En Cronstadt no eran los reaccionarios los que se habían levantado, sino las masas hambrientas. Mientras Trotski entretenía la atención con debates ya resueltos, las masas estaban exigiendo pasar a la práctica, resolver los problemas de abastecimientos, combatir el frío, en suma, pasar a la nueva política económica. El espectáculo calamitoso de disensiones y falta de unidad en una situación crítica que exigía otro tipo de premuras, no pudo dejar en peor lugar a los bolcheviques. El debate se calmó pero sólo aparentemente; en realidad las espadas seguían en alto y sólo esperaban el momento propicio para volver a las andadas.

Es lo que sucedió tres años después con la discusión sobre la burocracia, que continuó la de los sindicatos, aunque esta vez con los papeles cambiados. En noviembre de 1923, Trotski desata otra ofensiva de las suyas, pero esta vez tratando de hacerse pasar por el campeón de la lucha contra la burocracia. Este nuevo debate es también un debate falso porque en el fondo, lo que se trataba de debatir era, una vez más, sobre la construcción del socialismo. Ambas cuestiones aparecieron unidas, pero aquí separaremos esta cuestión para entrar más adelante en el asunto económico porque entendemos que la falacia del problema burocrático no se puede separar de la posiciones anteriores sobre la cuestión sindical, ni tampoco es comprensible la acentuación tan extrema de la lucha ideológica en torno al problema de la burocracia sin tener en cuenta que la cuestión sindical se había cerrado en falso, que las facciones seguían agazapadas y las heridas sin cicatrizar. El problema sindical se había podido superar rápidamente por la autoridad incontestable de Lenin pero, tres años después, Lenin agonizaba y sólo entonces quedó al descubierto lo que latía en esos debates: un intento de modificar la línea política y la naturaleza del Partido bolchevique.

En efecto, ahora el debate ya no versaba sobre el ejército ni sobre los sindicatos sino sobre el burocratismo interno del Partido, esto es, sobre la misma vanguardia revolucionaria, sobre su supuesta falta de democracia y las supuestas limitaciones impuestas a la discusión dentro de sus filas.

A su vez, en este punto hay tres asuntos diferentes que conviene tratar por separado:

— el viejo debate iniciado en 1903 con los mencheviques durante el II Congreso acerca de la naturaleza misma del Partido y la prohibición de las fracciones

— a la situación impuesta dentro del Partido por el comunismo de guerra, que había conducido a su práctica militarización, se añadía ahora la nueva política económica, que también había influido, corrompiendo a numerosos cuadros e introduciendo a elementos indeseables en su seno.

— la necesidad de depurar las filas del Partido a fin de fortalecerlo y vincularlo más estrechamente a las masas.

Si pudiera ofrecerse un resumen del debate sobre este punto, cabría decir que los intentos de la oposición van a tratar de aprovecharse de un estado cierto, como es el punto segundo relativo a la burocratización, para atacar al primero y tratar de imponer la libertad de fracciones dentro del Partido. La posición de Stalin y de la mayoría del Partido consistirá, por un lado, en combatir la burocratización y la corrupción, y depurar al Partido; por el otro, en impedir las fracciones y mantener su unidad interna.

El debate sobre la burocracia se desató no porque nadie negara que existía un problema real de burocratismo, sino acerca de los medios para combatirla. No fue, pues, la oposición, sino la dirección quien primero reconoció las deficiencias y los fallos democráticos en el funcionamiento interno y, cuando estalló la polémica, ya se habían empezado a tomar medidas para corregir esas desviaciones. Por tanto, Trotski y la oposición ni tienen la exclusiva ni tienen siquiera la iniciativa en la lucha contra la corrupción interna del Partido. Su función consistió en exagerar el problema hasta desfigurarlo, aumentar la confusión existente entre los militantes y aprovecharse de su malestar para imponer una nueva línea política acorde con sus tesis.

La oposición se lamentaba del burocratismo pero tampoco quería poner remedio a la situación con el método leninista, que no es otro que su depuración interna. Por el contrario, para ellos, como para la burguesía, las depuraciones eran precisamente la demostración de la falta de democracia interna dentro del Partido bolchevique. En suma, en todas las discusiones con los trotskistas y demás opositores internos del bolchevismo acerca del burocratismo, lo que subyace son dos concepciones distintas de lo que es un Partido realmente bolchevique. Por sí mismo esto demuestra que, en realidad, los opositores no eran realmente leninistas.

Las acusaciones acerca del burocratismo de los bolcheviques provenían ya de los mencheviques; no eran, por tanto, nada novedoso y Lenin tuvo oportunidad de rechazarlas en su momento. A los efectos que aquí interesan, basta ahora añadir que en los Fundamentos del leninismo, es decir, en abril de 1924, Stalin vuelve a recordar esos principios que inspiran la actividad del Partido, reafirmando que no es un fín en sí mismo sino un instrumento del proletariado para el cumplimiento de sus fines como clase. En esa obra Stalin reitera que el Partido se basa en la unidad de voluntad, lo que exige la cohesión y una disciplina férrea, lo cual no excluye, sino que presupone la crítica y la lucha de opiniones. La disciplina no es ciega sino algo mucho más fuerte: es una disciplina voluntaria y consciente.

Pero la unidad de voluntad no lo es todo, afirma Stalin. Además está la unidad de acción: Una vez terminada la lucha de opiniones, agotada la crítica y adoptado un acuerdo, la unidad de voluntad y la unidad de acción de todos los miembros del Partido es condición indispensable sin la cual no se concibe ni un Partido unido ni una disciplina férrea dentro del Partido. Por eso es tan frecuente entre los intelectuales burgueses menospreciar a Stalin, a quien relegan como torpe, frente a las brillantes personalidades que hablaban y escribían tan magníficamente, como Trotski, Bujarin, Preobrajenski, etc. Lo que gusta a los académicos es la verborrea inagotable y encubrir su esterilidad en frases cuanto más oscuras mejor.

Como en la historiografía burguesa no aparecen las clases sociales sino las grandes personalidades, también la lucha emprendida por el Partido bolchevique contra el trotskismo se presenta en como un conflicto personal de Stalin, una pugna de dos ambiciones que en plena agonía de Lenin rivalizan por hacerse con el poder. Como si en ella ninguna participación hubieran tenido, ya no solamente las masas, sino hasta los mismos militantes del Partido, que aparecen todos ellos reducidos a la pasividad más completa. En los medios académicos burgueses no aparece la larga lucha en el seno del movimiento obrero ruso iniciada por el mismo Lenin y seguida por Stalin y la totalidad del Partido. Sin embargo, en su libro El comunismo soviético dicen Sidney y Beatriz Webb lo siguiente sobre la lucha ideológica contra el trotskismo: Se sucedieron tres años de controversias públicas ininterrumpidas, aunque pueda parecer sorprendente a los que creen que la Unión Soviética yace bajo una dictadora implacable. Se discutía constantemente en las principales asambleas legislativas, tales como el Comité Central ejecutivo, el Congreso panruso de los soviets, el Comité Central del Partido bolchevique.

Es, pues, falso aludir a una problemática personal de Stalin contra ninguno de los otros militantes del Partido, a una ambición de poder o a una astuta maniobra para eliminar a unos apoyándose en los otros para, finalmente, eliminarlos a todos. Stalin adoptó siempre una actitud de principios, la fundamentó y esa actitud, a lo largo del tiempo, fue siempre la misma. Cabe añadir además, que esa actitud fue ampliamente -muy ampliamente- discutida y aprobada por la gran mayoría del Partido, a quien Stalin representó fielmente como Secretario General.

Lejos de ser una cuestión personal se trató de un largo y profundo debate que duró más de 25 años en el que participaron no sólo militantes del Partido, sino también miembros de los sindicatos, del Ejército y de los Soviets en asambleas públicas donde se abordaban los problemas más candentes del país. Dentro del Partido bolchevique se desató una lucha abierta para decidir sobre la actividad fraccional de los trotskistas en la que participaron absolutamente todos los militanes. Un acta de 1927 deja constancia de las discusiones celebradas antes del XV Congreso: las tesis del Comité Central han sido debatidas en 10.711 reuniones de las células; han asistido a las reuniones 730.862 militantes; han votado a favor de la línea del Comité Central 724.066 de los asistentes; en contra, 4.120 (el 0'5 por ciento) y se han abstenido 2.676 (el 0'3 por ciento).

 Esas fueron las cifras que logró la oposición unificada, después de que dispusieran de tiempo, dinero y posibilidades de exponer en cuantas reuniones quisieron sus puntos de vista y sus críticas, así como publicar libros y folletos que fueron editados y distribuidos por la imprenta del Estado. En su autobiografía Trotski reconoce que llegó a intervenir hasta en cuatro concentraciones en un mismo día para tratrar de convencer a los militantes del acierto de sus puntos de vista.

Por lo demás, no aparecen por ninguna parte enemistades personales o esos odios tremendos que pretenden los panfletos burgueses. Todo lo contrario; en muchas ocasiones las disputas son fuertes, pero es siempre la oposición la que saca a relucir cuestiones personales y malos modos. Es ilustrativo el comienzo del Informe de Stalin al Comité Central en 1929:
No voy a referirme al factor personal, aunque en los discursos de ciertos camaradas del grupo de Bujarin es cosa que ha jugado un papel bastante impresionante. No me referiré a él, porque el factor personal es una minucia y las minucias no merecen la pena de que nos paremos en ellas. Bujarin hablaba de su correspondencia personal conmigo. Ha leido varias cartas, de las que se desprende que nosotros, ayer todavía amigos personales, discrepamos ahora en política. Las mismas notas han sonado en los discursos de Uglanov y Tomski. Cómo es eso, vienen a decir: somos viejos bolcheviques y de repente nos hablan de discrepancias entre nosotros; no sabemos respetarnos. Creo que todas estas jeremiadas y lamentaciones no valen un comino. No somos una tertulia familiar, no somos una peña de amigos personales, sino el partido político de la clase obrera. No se debe permitir que los intereses de la amistad personal se coloquen por encima de los intereses de la causa.
Si por lo único que nos llamamos viejos bolcheviques es por ser viejos, mal van nuestras cosas, camaradas. Los viejos bolcheviques no gozan de respeto por ser viejos, sino porque, al mismo tiempo son revolucionarios siempre nuevos, que nunca envejecen. Si el viejo bolchevique se desvía de la revolución o se abandona y se apaga en el sentido político, podrá tener aunque sea cien años, pero no estará autorizado a llamarse viejo bolchevique, no tendrá derecho a decir al Partido que se le respete.
Además, los problemas de la amistad personal no pueden colocarse en un mismo plano con los problemas de la política; pues, como suele decirse, una cosa es la amistad y otra cosa es el deber. Todos nosotros estamos al servicio de la clase obrera, y si los intereses de la amistad personal divergen de los intereses de la revolución, la amistad personal debe pasar a una segundo plano. De otro modo no podemos plantear el problema como bolcheviques.
No me referiré tampoco a las alusiones y acusaciones embozadas de carácter personal que salpican los discursos de los camaradas de la oposición bujarinista. Al parecer, estos camaradas quieren encubrir con insidias y equívocos las razones políticas de nuestras discrepancias. Quieren suplantar la política por la politiquería (2).
Un partido comunista no tiene nada que ver, en su forma interna de organización, con ningún otro partido político, asociación, sindicato o colectivo. No es una organización de masas sino una vanguardia reducida que tiene como misión dirigir a la clase obrera y, a través de ella, a las masas del pueblo. Que un partido comunista se fortalece depurándose, es un principio general que Lenin había tomado de Lasalle. Y éste es justamente el principio fundamental del que la oposición huía como la peste. Ellos se lamentaban de la enfermedad (el burocratismo) pero renegaban del remedio (la depuración) porque, en definitiva, preconizaban que dentro del Partido tenían que coexistir todas las corrientes. Pero la teoría leninista era muy distinta: frente a las desviaciones no sólo hay que emplear la lucha ideológica sino expulsarlas de las filas si no se corrigen.

La burguesía interpreta esto como si se tratara de una especie de defensa de una pureza ortodoxa, en la que no caben discrepancias. Nada más lejos de la realidad. No se trataba de defender unas tesis frente a otras, sino de una línea política. La experiencia del movimiento obrero demuestra repetidas veces que esas pequeñas divergencias teóricas conducen primero a tácticas diversas que degeneran rápidamente en una estretegia de defensa en toda línea del capitalismo. Se trataba, pues, de algo bien práctico y concreto; se trataba -nada menos- que de saber si el país caminaba hacia el socialismo o hacia el capitalismo. Y no había existido en la historia ninguna experiencia semejante, por lo que todo debía improvisarse. Así que nada más normal que los continuos debates que se suscitaron a cada paso.

En el aspecto formal, los oposicionistas tuvieron todas las oportunidades de defender sus criterios en las reuniones y en la prensa, hasta el punto que algunas de las actas de la discusiones habidas en la células de base ponen de manifiesto la saturación de artículos y escritos con que les bombardean los trotskistas. Por otro lado, las decisiones disciplinarias eran adoptadas por la Comisión Central de Control, un organismo independiente del Partido.

Hay además que consignar otro dato importante confirmado por la historiografía contemporánea, a saber, que las depuraciones no tenían por objeto primordial la defensa de las posiciones ideológicas y políticas de la mayoría, sino aspectos mucho más rutinarios y alejados de las disputas sobre la línea o la estrategia. La mayor parte de los depurados en los años veinte no son por simpatías con la oposición sino por razones tales como el alcoholismo, la indisciplina, el desinterés o a falta de formación política. Los motivos de las depuraciones se conocen gracias a que la de 1929 consignó con exactitud los motivos de la expulsiones, y sólo el uno por ciento de ellas tiene una causa política. Si tenemos en cuenta que fue ese año cuando se liquidó a la oposición de derechas encabezada por Bujarin, el dato parece muy concluyente de la falsedad propagandística.

En los años veinte la experiencia del Partido bolchevique demostró no solamente que la oposición no tenía razón, sino que como consecuencia de no expulsar a los oposicionistas, por mantener las disputas en el interior, los problemas se reproducían periódicamente. No solamente los debates sino incluso los protagonistas, eran siempre los mismos porque ni ellos se habían enmendado ni el Partido los había depurado. Las discusiones volvían una y otra vez sobre los mismos temas; no se acababan de zanjar porque las distintas plataformas de oposición nunca quedaban satisfechas y volvían a tratar de intimidar a la dirección con continuas acusaciones de burocratismo.

Las purgas ya fueron iniciadas por Lenin en 1921 de una forma sistemática, en asambleas públicas en las que incluso intervenían obreros no afiliados al Partido. Aproximadamente una cuarta parte de los militantes fueron expulsados, unos 170.000 en total, para reforzar la confianza de las masas obreras en su vanguardia dirigente. Su cohesión y su disciplina se reforzaron, a pesar del descenso en el número de militantes:


añocongresomilitantes

1921X Congreso732.521

1922XI Congreso532.000

1923XII Congreso386.000

1924XIII Congreso735.881



Aunque los disidentes pretendieron aparecer como los campeones de la lucha contra la burocracia, éste era un fenómeno conocido y reconocido por todos los militantes. Numerosas resoluciones al más alto nivel hablan de ello y de la necesidad de atajar el fenómeno. Así se expresaba Lenin en la polémica sobre los sindicatos:
La lucha contra el burocratismo se llevará decenios. Es una lucha difícil, y el que les diga que podemos liberarnos de golpe de las prácticas burocráticas adoptando plataformas antiburocráticas, no es más que un charlatán con inclinación a las palabras altisonantes. Los excesos burocráticos deben corregirse enseguida. Debemos descubrirlos y corregirlos sin llamar bueno a lo malo o blanco a lo negro. Los obreros y los campesinos comprenden que aún tienen que aprender a gobernar, pero comprenden perfectamente que existen excesos burocráticos, y si alguien no quiere corregirlos su culpabilidad es redoblada. Hay que corregirlos a tiempo, como cuando lo señalaron los trabajadores del transporte naviero y no cuando otros lo hacen ver también (3).
La etapa de comunismo de guerra y la guerra civil habían conducido en la práctica a la militarización del Partido bolchevique. Todo el peso del aparato del Estado descansaba sobre las filas bolcheviques y lo impregnaba. Con la nueva política económica no acabó el problema y se vio ingresar en el Partido a muchos de aquellos nuevos ricos, por completo ajenos a la clase obrera. Por tanto las purgas eran imprescindibles para eliminar del interior del Partido a los arribistas sin escrúpulos, así como a todos aquellos advenedizos provenientes de otras organizaciones que sólo pensaban en hacer carrera, en trepar. Había que eliminar las facciones que trataban de sembrar la discordia e introducir la ideología burguesa dentro de las filas de la vanguardia revolucionaria.

El historiador norteamericano Getty ha demostrado en una obra publicada en 1993 (4) que frente a las depuraciones de la época leninista, las que se llevaron a cabo en tiempos de Stalin fueron mucho menos numerosas y apenas alcanzaron a un cinco por ciento de los militantes. Las depuraciones perdieron intensidad con el transcurso del tiempo.

Lo que es importante consignar es que ninguna de las purgas tuvo un objetivo político; nunca se utilizaron las purgas para imponer una determinada línea política, ni para consolidar las posiciones de la mayoría en contra de los disidentes. Y lo que es aún más significativo: ningún miembro destacado de la oposición fue expulsado de las filas del Partido una vez cerrado el debate y votadas la propuestas. Todos ellos permanecieron en sus puestos durante bastante tiempo después y sólo fueron expulsados por razones que nada tuvieron que ver con una discusión que se había zanjado ya tiempo atrás. Ese es el caso de Trotski, de Zinoviev, de Kamenev, de Bujarin, de Radek y de muchos otros. En el caso de Zinoviev y Kamenev fueron redmitidos en el Partido después de su expulsión, para volver a ser expulsados nuevamente, readmitidos y expulsados una tercera.

Estamos, pues, muy lejos de la pretendidas medidas draconianas que nos presenta la propaganda burguesa. Los oposicionistas no sólo tuvieron ocasión de exponer sus puntos de vista, sino que, ante la falta de apoyo entre los militantes, rectificaron sus opiniones originarias varias veces, lo que dio lugar a una inexplicable confluencia entre ellos, cuando habían mantenido posiciones enfrentadas entre sí. Es fácil deducir que, por encima de sus posicionamientos coyunturales, sólo estaban unidos por su lucha contra la mayoría.
En contraposición al supuesto militarismo imperante en el interior del Partido, cabe destacar que por entonces sus Congresos se celebraban cada año, y que además se celebraron importantes Conferencias, hasta el punto de que, como se quejaba Maiakovski, no se podía localizar a un comunista porque estaban reunidos todos los días:


fechareunióndelegados

agosto de 1917VI Congreso157 de pleno derecho
más 128 sin voto

marzo de 1918VII Congreso46 de pleno derecho
más 58 sin voto

marzo de 1919VIII Congreso301 de pleno derecho
más 102 sin voto

marzo de 1920IX Congreso554 de pleno derecho
más 162 sin voto

marzo de 1921X Congreso694 de pleno derecho
más 296 sin voto

marzo de 1922XI Congreso522 de pleno derecho
más 165 sin voto

abril de 1923XII Congreso408 de pleno derecho
más 417 sin voto

enero de 1924XIII Conferencia128 de pleno derecho
más 222 sin voto

mayo de 1924XIII Congreso748 de pleno derecho
más 416 sin voto

abril de 1925XIV Conferencia

diciembre de 1925XIV Congreso665 de pleno derecho
más 641 sin voto

noviembre de 1926XV Conferencia194 de pleno derecho
más 640 sin voto

diciembre de 1927XV Congreso898 de pleno derecho
más 771 sin voto


Además de este cúmulo de Congresos y Conferencias, el Comité Central se reunía cada dos meses y mantenía reuniones conjuntas con la Comisión Central de Control en materia disciplinaria. En sus sesiones intervenían muchas veces delegados de las mayores organizaciones del Partido, como las de Leningrado o Moscú, por lo cual era fácil que reunieran en torno a unos 100 dirigentes del Partido. En un país tan vasto como Rusia; en las condiciones metereológicas de su duro clima; y con la lentitud de los transportes de la época, no se puede hacer una acusación de ausencia de democracia interna sin mucha mala fe o nulo rigor histórico.

Por lo demás, las tesis de la oposición fueron debatidas igualmente en el seno de la Internacional Comunista, donde fueron también ampliamente rechazadas. En consecuencia, si algo se puede decir de los debates y discusiones mantenidos en los años veinte con las disintas plataformas de oposición en el interior del Partido bolchevique, es precisamente que no se podía discutir más, ni más intensamente. Todos los participantes tuvieron las más amplias posibilidades de exponer sus criterios, pero el socialismo no se podía construir sólo con debates sino con medidas económicas y políticas precisas para las que no existían experiencias previas.

En cierta medida, por tanto, era lógico el debate por la ausencia de antecedentes históricos. Se conocía cómo se había desarrollado el capitalismo, pero no el socialismo, que era algo completamente nuevo. Naturalmente, los bolcheviques no sólo no contaban con ningun forma de ayuda exterior, sino que los imperialistas venían poniendo toda clase de obstáculos a la revolución. Tampoco podían contar con el expolio de las colonias, como los países capitalistas más desarrollados.

Todo esto demuestra la inconsistencia de sus acusaciones dirigidas contra la mayoría que Stalin encabezaba, y es fácil deducir que la oposición pretenía paralizar la actividad del Partido, que lo conducían hacia un conglomerado de tertulianos. Por tanto, más bien existía el riesgo contrario del que denunciaba la oposición: el riesgo de burocratismo se había convertido en el riesgo de democratismo. No cabe calificar de otra manera lo sucedido en el XV Congreso cuando, además del Informe Político presentado por Stalin, Zinoviev presentó, en nombre de la oposición, su propio contra-informe. La situación era insostenible; se había creado un partido dentro de otro partido.

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