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martes, 4 de junio de 2013

Mijail Kilev: La autoridad de Stalin (4ª Parte)



7. Una capacidad excepcional de trabajo

Una característica de Stalin, a lo largo de toda su vida, era su gran capacidad de trabajo.
B. Bajanov, antiguo secretario de Stalin, dice: “Sobre la mesa 101 de despacho de Stalin había muchos libros y manuscritos. Stalin leía y escribía mucho, a fin de prepararse para las discusiones y los discursos”.

V. M. Molotov escribe en sus memorias: “Muchos decretos, a menudo cientos por semana, eran adoptados por el Consejo de Ministros. La URSS es un país inmenso. Todos los decretos eran preparados en paquetes por Poscribichov, y eran sometidos a Stalin para la firma. Montones enormes. Era difícil tan sólo quitarles los nudos a sus ataduras. Sin embargo, todos salían con la firma de Stalin”.

Su actividad no cesaba ni en el Kremlin, ni su domicilio en Kuntsevo (Cerca de Moscú -nota del traductor).

Se paraba sólo para dormir.

De la capacidad de trabajo de Stalin, atestiguan sus más próximos colaboradores, que trabajaban día y noche con él. Por ejemplo, S. M. Shchemenko escribe: “Stalin introdujo en el Estado mayor el trabajo de día y de noche, y reglamentaba personalmente el tiempo de trabajo del equipo dirigente. El Comandante Supremo escuchaba los informes tres veces al día”.

El Mariscal de la URSS, G, K. Zhukov, que era el primer sustituto del Comandante Supremo durante la guerra, escribe: “Una capacidad de trabajo sorprendente, el don de captar rápidamente la esencia de las cosas, le daban la posibilidad de recorrer y de absorber una cantidad extraordinaria de informaciones diferentes al día, lo que no era concebible más que para la capacidad de un hombre excepcional”.

Y precisa: “Stalin trabajaba sin respiro de 15 a 16 horas al día”.

Más adelante, el Mariscal Zhukov sigue: “La actividad del Comandante Supremo es inseparable del nombre de Stalin… cada uno trabajaba según sus fuerzas y sus posibilidades. Pero todos intentaban compararse con Stalin, cuando él, pese a su edad (62 a 65 años durante la guerra -nota del traductor) estaba siempre activo e incansable”.

El Mariscal Zhukov cuenta el caso siguiente: “En la marcha de la operación de Pomerania-Este, pienso que era el 7 o el 8 de marzo de 1945, era necesario que volase rápidamente hacia la sede del mando supremo, donde fui llamado por el Comandante Supremo. Desde el aeropuerto, fui directamente a casa de Stalin -que había vuelto a casa, no sintiéndose muy bien. Después de haberme hecho algunas preguntas sobre la situación en Pomerania y sobre el Oder, y escuchado mis respuestas, el Comandante Supremo dijo:

“Vayamos a pasear un poco, porque hoy no estoy muy en forma. Se notaba un cansancio muy grande en su habla, en su aspecto y en sus movimientos. Durante los cuatro años de guerra, Stalin se cansó enormemente. Trabajaba mucho y no dormía bastante. Todo esto no podía quedar sin consecuencias para su salud”.227

8. Simplicidad y modestia en el trabajo, en su modo de vida y en sus relaciones con la gente

Durante toda su vida, Stalin dio un ejemplo personal de simplicidad y modestia en su vida y en sus relaciones con la gente. Los ejemplos de ello son innumerables. Vamos a relatar algunos ejemplos de los más característicos.

El conocido periodista Leon Feihtwanger escribe: “No autorizaba celebrar públicamente sus cumpleaños. Cuando se le saludaba públicamente para su cumpleaños, subrayaba siempre que estas felicitaciones concernían a su política y no a su persona”.

Cuando el Partido organizó unas conmemoraciones para su 60 y 70 cumpleaños, consideró esto como un reconocimiento del Partido y del pueblo por los éxitos obtenidos bajo su dirección.

Podemos constatar su actitud, concerniente a los discursos y a las palabras que le alababan demasiado, en su respuesta a la carta de Razin del 22 de febrero de 1946: “Las expresiones en honor a Stalin molestan al oído, y uno se siente molesto al leerlas”

El Mariscal Vasilevsky escribe: “Stalin no hablaba nunca de sus méritos, hasta donde he podido observar. Al menos, yo no he tenido la oportunidad de oír semejantes cosas. La medalla de “Héroe de la URSS” y la distinción de “Generalísimo” le fueron entregadas por los comandantes de los frentes, con la conformidad escrita del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista. Y tenía menos medallas que los comandantes de las gentes y de los ejércitos”.

Molotov dice en sus memorias: “Se trata de la condecoración otorgada a Stalin “Héroe de la URSS’ y después de la guerra, del título de “Generalísimo de la URSS”. Stalin dijo que no correspondía a las exigencias para la obtención de una distinción así: La condecoración de “Héroe” no puede ser otorgada más que por heroísmo personal. Yo no he cumplido tal heroísmo, y no cogió la estrella. (…) Stalin lamentaba haber aceptado el título de “Generalísimo”. Esto se debía al deseo de Kaganovich, Beria y otros, pero los comandantes de las gentes insistían también. Stalin se lamentaba: ¿cómo he podido aceptar? La primera vez se había negado, después la había aceptado y lo deploraba”.

El comportamiento categórico de Stalin sobre este tema es descrito por Shchemenko:

“Los miembros del Buró Político se encontraban en el gabinete de Stalin. El jefe de la retaguardia, A. V. Khruliov, informaba. Al final de su informe, pidió permiso para enseñar a los presentes el nuevo uniforme. Stalin estaba de buen humor y dijo: ¡Bien! Que el Estado mayor lo vea también La señal fue dada en el salón de recepción. El Intendente en jefe, P. I. Drachev, entró.

Stalin le echó una mirada y frunció el ceño. Aparentemente, había adivinado para quién era este uniforme.

-¿A quién tiene usted la intención de vestir así? Preguntó a Khruliov, moviendo ligeramente la cabeza hacia el Intendente en jefe.
-Este uniforme es propuesto para el Generalísimo -contestó Khruliov.
-¿Para quién? -preguntó Stalin.
-Para usted, camarada Stalin.

El Comandante Supremo le pidió al Intendente en jefe que saliese, y sin molestarse por los presentes, estalló en una retahíla. Discutía el enaltecimiento demasiado grande de su persona; dijo que eso no era inteligente, dijo que no se esperaba una cosa así por parte del jefe de la retaguardia.

Así se acabó esta idea de uniforme de generalísimo. Hasta el final de su vida, Stalin llevó el uniforme de Mariscal, como todos los otros Mariscales”.

Stalin no soportaba las tentativas de elogios y los signos de fidelidad personal. Eso se constata en la carta a Shatunovsky del mes de agosto de 1930:

“Usted habla de su fidelidad hacia mi. Es, a lo mejor una frase que se le ha escapado por casualidad Yo le aconsejaría rechazar el “principio” de fidelidad hacia las personas. Esto no es bolchevique. Sea fiel a la clase obrera, a su partido y a su Estado. No confunda esto con la fidelidad hacia las personas, es palabrería intelectual, vacía e inútil.

Saludo comunista. José Stalin ”.233 V. M. Molotov dice del comportamiento de Stalin hacia la gente: “Stalin respetaba a la gente con la cual trabajaba. Yo le decía abiertamente lo que pensaba, tanto lo positivo, como lo negativo. Siempre era crítico. Respetaba a los miembros del Buró Político, los científicos, los escritores. Pero a Kirov y a Jdanov, los quería, simplemente”.

De su comportamiento atento, sin formalismos, respetuoso, cuenta S. M. Shchemenko:

“José Stalin seguía atentamente los acontecimientos de nuestros avances en los países bálticos. Antonov (el jefe del Estado mayor del Ejército Soviético -nota del autor) tenía que ir cada vez más a menudo a la “Villa cercana”, a ver a Stalin. Una vez, llegamos a la hora de la cena (Stalin cenaba hacia las 21 ó 22h., e incluso a veces más tarde). El Comandante Supremo nos invitó a pasar al comedor. No era la primera vez que esto ocurría y he guardado en mi memoria algunos detalles curiosos. Las cenas en casa de Stalin, incluso las más grandes, se desarrollaban sin servicio. Éstos sólo traían al comedor todo lo que hacía falta y se retiraban en silencio. En la mesa se encontraban dispuestos de antemano los cubiertos, el pan, el coñac, el vodka, vinos secos, condimentos, algunas hierbas medicinales, champiñones y frutas. De costumbre, no había embutidos o demás entremeses. No soportaba las conservas.

Las entradas estaban dispuestas en otra mesa de al lado, con una pila de platos limpios. Stalin pasaba de una fuente a otra, levantando las tapas y hablando en voz alta: Ahá, potaje… y aquí sopa de pescado. Nos servimos un poco de potaje de col. Y se servía. Después llevaba su plato a la mesa.

Cada uno de los invitados hacía lo mismo, sin hacerse de rogar, independientemente de su grado. Cada uno tomaba lo que le gustaba.

El segundo servicio llegaba, y de nuevo cada uno de los invitados tomaba lo que quería. Se bebía, claro está, uno o dos vasos. Cuando nos invitó a comer por primera vez, Antonov y yo rehusamos beber. Stalin se dio cuenta de ello y con una media sonrisa dijo: la gente del Estado mayor puede beber un vaso.

En vez de postre, se traía té. Se servía desde un gran samovar, colocado sobre la mesa de al lado.

Más tarde, siendo ya jefe del Estado mayor, tuve la oportunidad de almorzar con Stalin, no sólo en Moscú, sino también en el Sur, donde descansaba, y donde éramos llamados para hacer nuestros informes.
Allí también, el ritual del almuerzo se realizaba sin ceremonias”.

Es interesante, a lo mejor, evocar una anécdota de la vida cotidiana de Stalin, que describe S. M. Shchemenko:

“El final de agosto de 1944 fue particularmente bonito. Stalin estaba cansado, como todos nosotros, por la increíble tensión de nuestra vida cotidiana de guerra, y prefería trabajar en su casa. Presentábamos allí los informes sobre la situación y los documentos para firmar. A menudo se reunían allí también los miembros del gobierno.

En los pocos momentos de descanso, nuestro anfitrión era muy acogedor y le gustaba que visitáramos el jardín. Una vez, señaló un pequeño montículo sin árboles y dijo que después de la guerra harta crecer allí sandías. Antonov y yo nos miramos, era una manera de decir que el clima de Moscú no era el del Sur…
Pero, poco después de la guerra, nos acordamos de las sandías.

Después de la parada de la aviación en Toushino, que fue aplazada varias veces por causa del mal tiempo, Stalin invitó a los miembros del Buró Político y de la dirección del Ministerio de Defensa.

Las mesas estaban puestas en la Alameda de los abedules en la “Villa cercana”. El tiempo era magnífico, nuestro humor también. Después del almuerzo, Stalin nos llevó a la pequeña colina, donde efectivamente crecían algunas decenas de sandías. Él escogió una sandía gorda, la llevó a la mesa y, haciendo un hábil gesto, con un único golpe de cuchillo, la partió en dos. La sandía era muy roja y muy dulce. No nos quedó más que extrañarnos de cómo en ese clima moscovita podían crecer sandías”.

Es, a lo mejor, el escritor francés Henri Barbusse, quien ha descrito de la manera más breve y más fiel la imagen de Stalin: “Stalin es un hombre con una cabeza de sabio, una cara de obrero y el traje de un soldado raso. Stalin es el Lenin de hoy”.

Y el escritor ruso, Máximo Gorki escribió: “es un gran regocijo para el hombre vivir y luchar en un país donde la gran sabiduría del Partido y la voluntad de hierro de su dirigente, José Stalin, libera para siempre al hombre de las costumbres y supersticiones renegadas del pasado”.

La misma idea es expresada en uno de los cantos más populares en la Unión Soviética, “Canción por la Patria”11:

Mi querido y vasto país,
Estás lleno de bosques, de campos y ríos,
No conozco otro país,
Donde el hombre respire así de a gusto.

La autoridad de Stalin se había edificado en las innumerables batallas de clase, y se había transformado en fuente de gran energía social en los años de los planes quinquenales, y en gran patriotismo socialista durante la guerra.

El nombre del Stalin significaba para la gente común: esperanza, optimismo y victoria. Stalin amaba al pueblo soviético. Esto resalta de manera flagrante en su petición al pueblo soviético y a los soldados soviéticos, realizada el 3 de julio de 1941. De esta petición emana un calor y una preocupación paternal -basta con citar sólo el principio:

“¡camaradas! ¡Ciudadanos!
¡Hermanos y hermanas!
¡Combatientes de nuestro ejército y de nuestra flota!
¡Me dirijo a vosotros, mis amigos!”

En el prefacio de su libro “Regreso de la URSS”, el célebre escritor francés, André Gide, escribe: “la autoridad de Stalin ha crecido orgánicamente con los éxitos de la construcción económica. El pueblo le está agradecido a Stalin por el pan, la carne, el orden, la educación, y por la creación del ejército, que asegura su bienestar. El pueblo ha de tener alguien a quien expresar su reconocimiento por la indiscutible mejoría de sus condiciones de vida, y por eso, no ha escogido nociones abstractas, no el comunismo abstracto, pero sí a un hombre concreto, Stalin.

El disidente soviético, A. Zinoviev, escribe: “Hasta su muerte, mi madre guardó en el Evangelio el retrato de Stalin. ¿Por qué? Porque gracias a los koljoses, sus hijos pudieron dejar el pueblo y se integraron en la vida urbana contemporánea. Uno de sus hijos se hizo profesor; otro, director de fábrica; el tercero, oficial; y los otros tres, ingenieros. Algunos millones de otras familias rusas han vivido la misma evolución”.

Federico Engels había conocido, estando vivo, la misma popularidad creciente… que sin embargo no ha disminuido hoy.

Stalin no utilizó su autoridad ni su popularidad para enriquecerse: no tenía cuentas en bancos extranjeros, ni siquiera una cantidad ahorrada, ninguna riqueza. Se dice que el único objeto que le pertenecía, era su pipa. El escritor americano, Theodor Dreiser, quien visitó la Unión Soviética en la época de los planes quinquenales de Stalin (en los años 30 -nota del traductor), escribió que lo que más le había impresionado eran dos cosas: “el entusiasmo jamás visto del pueblo soviético, y el salario de Stalin: 225 rublos, cuando el de un minero era de 250 rublos”.

Es esta gran autoridad la que había sido renegada por Jruschov a través de su informe “Sobre el culto a la personalidad y de sus consecuencias”, inaugurando la campaña calumniadora contra Stalin, que sigue hoy y crea el desconcierto en el espíritu de la gente.

En su discurso en el entierro de Marx, Federico Engels dijo: “Marx fue el hombre más detestado y más calumniado de su época por los enemigos de la revolución. Pero su nombre y su obra sobrevivirán durante siglos”.

Desde hace 120 años, el nombre y la obra de Marx siguen brillando como una estrella. La comunidad científica lo ha designado como “el pensador del milenio”.

Molotov recuerda que, durante la guerra, Stalin había dicho de sí mismo:

“Se que cuando muera, se tirarán sobre mi tumba montones de inmundicias. Pero el viento de la historia se las llevará sin piedad’.

Cincuenta años después de su muerte, la campaña calumniadora contra el nombre y la obra de Stalin está en su apogeo. Esta campaña repite las mismas calumnias, y añade nuevas. Escritores y científicos escriben “memorias”, hacen entrevistas, películas son “creadas”. Todo esto con una sola meta: denigrar su personalidad, ligada a todos los éxitos del socialismo.

¿Por qué sigue este odio? ¿Cuál es la meta buscada con esta continua campaña calumniadora contra Stalin?
Se puede contestar a esta pregunta de la manera siguiente:

Marx y Engels crearon la ciencia de la revolución, de la liberación de la clase obrera y de la construcción del socialismo y del comunismo: fueron calumniados los enemigos de la revolución.

Lenin organizó y realizó, por primera vez en la historia, la revolución socialista y empezó la construcción del socialismo sobre una sexta parte del planeta: también fue calumniado por los enemigos de la revolución.
Stalin, como continuador de la obra de Marx, Engels y Lenin, fiel a su teoría, realizó la sociedad socialista. Esta sociedad ha demostrado su vitalidad, siendo un ejemplo seductor para todos los pueblos explotados de la tierra: es por eso que la campaña calumniadora sigue y seguirá siempre.

Pero vendrá el día en el que las masas retomarán la bandera del socialismo, y girarán sus miradas hacia el ejemplo de la realización de esta sociedad nueva en la época de Stalin.

Molotov escribe:

“Sin duda alguna, el nombre de Stalin se elevará de nuevo y retomará su sitio glorioso en la historia”.”Y el disidente soviético, A. Zinoviev, escribe: “Era un antiestalinista convencido desde los 17 años. (…) Cuando Stalin estaba vivo, yo veía las cosas de otra manera. Pero ahora, abrazando el siglo XX, digo: Stalin ha sido la más grande personalidad de este siglo, el más grande genio político. Tener una mirada científica hacia alguien es muy diferente de su posición personal hacia él”.

El sacerdote ruso, Dimitri Dudko, quien fue condenado dos veces al campo penitenciario, la primera vez en la época de Stalin, escribe en 1995 lo siguiente:

“Si, Stalin nos fue enviado por Dios. Creó un Estado tal que, se haga lo que se haga para destruirlo hoy, no se consigue acabar con él. Incluso destruido, siempre dará miedo a los países capitalistas demasiado alabados. No hemos visto en la época de Stalin, tal degradación moral, tal criminalidad, como existe hoy. (…) Es por eso que yo, como cristiano ortodoxo, hago mi reverencia más profunda ante Stalin. (…) Ya es hora de que Stalin sea rehabilitado”.

Tres años después de del M Congreso del PCUS, con ocasión del 80° Aniversario del nacimiento de Stalin, el 21 de diciembre de 1959, Winston Churchill, en su discurso ante la Cámara de los Comunes en Inglaterra, declaró:

“Fue una suerte para Rusia que, en los años de las grandes pruebas, a la cabeza del país se encontraba el genio e inquebrantable Comandante, Stalin. (… ) Era la persona más brillante, que hacía frente a nuestra época cruel y cambiante, en la cual se desarrolló su vida. (… ) Stalin poseía, ante todo, un agudo sentido del humor y del sarcasmo, y la capacidad de captar exactamente nuestros pensamientos. Esta fuerza de Stalin era tan grande, que se ha impuesto como el único entre los dirigentes de Estado de todos los tiempos y de todos los pueblos. (… ) Stalin nos impresionaba mucho. Poseía una profunda sabiduría, reflexiva y lógica, privada de cualquier pánico. En los momentos difíciles, era el maestro invencible para encontrar una salida a la situación más embrollada. Tanto en los momentos más críticos, como en los momentos de victoria, Stalin era siempre comedido y no caía nunca en ilusiones. Era una persona extraordinaria. Creó y sometió un imperio enorme. La historia no olvida personas así”.

¡Qué absurdo más extraño! Winston Churchill, el enemigo n° 1 de la Unión Soviética, reconoce y eleva alabanzas a la autoridad de Stalin, cuando el miembro del Comité Central del PCUS, Jruschov, lo calumnia y reniega de su personalidad.

Algunos de los émulos fieles a Jruschov, intentan comparar e incluso situar sus méritos, y en general, la actividad de Jruschov, más alto que la de Stalin, eso es tanto como decir, medir lo inconmensurable. ¿Se puede comparar al gorrioncito de las calles con una potente águila de las montañas mirando en la lejanía?
A esta pregunta, los pueblos soviéticos han contestado lo más objetivamente posible, creando poesías y canciones a la gloria de Stalin. ¿Existen poesías sobre Jruschov? No hay más que pequeñas historias. Porque los pueblos soviéticos no veían en la persona de Jruschov la autoridad de un dirigente, meritorio, aún cuando él, después de la muerte de Stalin, se auto designó “Héroe de la URSS’, y tres veces “Héroe del trabajo socialista”.

Vamos a citar un extracto de una de las innumerables poesías dedicadas al dirigente del Partido y del país, cuyo nombre está ligado a todos los triunfos y victorias de la URSS, -la poesía de Dzhambul Dzhambaev, poeta de Kazajstán, llamado “el ruiseñor de la felicidad popular” (en noviembre de 1942, 16 soldados de Kazajstán envían una carta a Dzhambul Dzhambaev, dirigiéndose a 61 con estas palabras: “Nuestro ardiente cantante, ruiseñor de la felicidad popular” -nota del autor).

MI STALIN: CANTO ESTA CANCIÓN PARA TÍ

Contigo me encuentro las mañanas claras,
Contigo me siento a beber un té,
Contigo canto mis canciones preferidas,
Contigo suelto mi corazón a volar,
Contigo acaricio a mis nietos satisfechos.
Mi querido maestro, educador del pueblo alegre,
Eres el corazón, y la voz de los poemas de las estepas,
Eres la alegría del pueblo, eres el alba de la vida,
Eres la fuerza, y la gloria, y mi canto que retumba.

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